El olor de la granada

El olor de la granada5

Llevo meses encerrado. Hoy las paredes que me rodean apenas me dejan espacio. La tortura es intensa. Comenzó siendo burda, más obvia, menos dolorosa. Se asomaba, en aquella especie de tragaluces, una versión estática de ella. Su imagen me causaba una gran aflicción: hablaba de lo feliz que era antes y me recordaba todo lo que ya no podía hacer: viajar, reír, abrazar, jugar, amar.

Decidí tapar aquellas claraboyas con la esperanza de que dejaran de atormentarme, y, para mi sorpresa, así fue. Sin embargo las nuevas técnicas de tortura fueron aún peores. Un día al otro lado de la pared escuché nuestra canción. ¿Cómo podían conocerla?

Mi mente viajó a aquel aparcamiento cerca de la playa de Genoveses, en Cabo de Gata. La canción sonaba en la furgoneta y nosotros bailábamos fuera, ebrios de vino y amor. Sentía su piel cálida y salada, la miraba a los ojos sin atreverme a pestañear, sin apartar la mirada temiendo que, de hacerlo, ella fuera a desvanecerse. Una imagen fugaz que pronto se transformó en oscuridad y desconsuelo.

Repitieron este proceso varias veces durante las siguientes semanas. Pero lo peor estaba por venir. Ayer percibí un olor familiar. Era su olor. El olor de la granada. Así olía su cuerpo cuando hacíamos el amor. Cuando nos abrazábamos, acercaba mi nariz a su cuello y aquella fragancia me hacía sentir en mi hogar, en mi tiempo. Al reconocer ese aroma, quise acabar con la agonía: golpeé mi cabeza contra la pared hasta perder el conocimiento.

Hoy he despertado con dolor de cabeza y una idea: fugarme.

Siempre he sido precavido y, antes de concentrarme en la fuga, he decidido el lugar al que huir. Debe ser uno en el que no se les ocurra buscarme.

Primero, he descartado las islas. Si conocían nuestra canción, sin duda también sabrían lo importantes que estas son para mí. La costa norte también queda fuera del plan, especialmente Galicia. Con el tiempo, acabaría bajando la guardia. No podría evitar ir a Vigo y después de comer unas ostras cogería el ferri hacia las Islas Cíes. Allí me estarían esperando.

No ha sido fácil, demasiados lugares significativos. Muchos viajes de carretera, manta, ella y yo. En mi mente queda un mapa lleno de lugares tachados y tan solo unos pocos espacios seguros. De entre ellos, he escogido huir a un pequeño pueblo al sur de Alicante. Por supuesto en el interior, lejos de nuestro Mediterráneo.

Lo siguiente es el plan de huida. Compruebo el estado de la puerta de mi habitáculo, que resulta estar abierta. En la estancia contigua están mis pertenencias. Tan solo cojo mi cartera y busco la salida, ya conseguiré lo que necesite cuando esté lejos. No me resulta difícil acceder a la calle.  Me dirijo a la estación de autobuses.

Unas horas después estoy en mi destino. La primera noche la paso en un hostal. Al día siguiente alquilo una pequeña casa, después de comprobar que cuenta con un lugar adecuado en el que poder escribir. Unas semanas después comienzo a relajarme y a sentirme optimista. Escribo todos los días y doy largos paseos. Sigo temiendo que vengan a por mí. El otro día sentí que estaban cerca cuando, en plena calle, vi a una joven pareja pelear a punta de afilados insultos.

Hoy he salido a caminar y mis pasos me han llevado a un lugar nuevo. Es una zona árida de una extraña belleza. Me adentro en un sendero rodeado de pequeños árboles con grandes frutos dorados. Un olor me envuelve. El olor de la granada. Me han encontrado.

 

Andoni Abenójar

32 comentarios

  1. Que buena la reflexión que dejas caer. Las huidas son así uno cree q si va lejos no lo encontrarán, pero si, siempre lo encuentran y vuelve ese olor a granada, precisamente porque la guerra se libró dentro de uno mismo y son los recuerdos los que vuelven.
    Me encanta como escribes, de aquí a esta noche igual te leo un poco más … ¿Me dejas?

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  2. No se puede huir de ellos porque sin saberlo están dentro de nosotros, tatuando nuestras vísceras, impregnando de viejos olores, qué importante es el olor en el amor, y de sabores, de sonidos y de tactos. Empapan nuestros sentidos, ya forman parte de nosotros. Solo queda recogerlos y darles un rinconcito donde permanezcan diluyéndose despacio al paso del tiempo.

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  3. No soy muy de gatos…pero estoy agradecida que asomaras por mi rincón. Me encanta tu blog, tienes la capacidad de transmitir de manera intensa pero usando palabras sencillas, sin encajes, ni decoración barroca, algo que particularmente me cuesta hacer.

    Me alegro que te gustara mi tierra, aunque el recuerdo sea de los que escuecen.

    Te sigo.

    Besos.

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  4. La asfixia de los sentimientos, de los recuerdos, de ese capítulo por cerrar. Escapar parchea el momento, llevándote en un abrir y cerrar de ojos a la realidad, sólo es posible salir enfrentándote a ellos. Al reencontrarnos podremos avanzar.

    Me encanta lo poquito que leído de tus escritos, son visuales a la par que atrayentes. Poco a poco iré leyéndolos, me han atrapado 😉

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    1. Como bien dices, los demonios internos, son inseparables compañeros de viaje. Y duelen como condenados, pero también nos ayudan a crecer más allá de las fronteras que nos auto-imponemos. Y de vez en cuando, también sirven para escribir desde las entrañas.
      Gracias por la lectura y por tus palabras.
      Un abrazo!

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