Hugo se tragó con desgana la lasaña precocinada. Después recogió la mesita de la sala mientras pensaba en la conversación que había tenido con su jefe antes de salir del trabajo:
—Mañana a la tarde llega mi suegra, yo tengo una reunión, así que tendrás que ir tú a recogerla al aeropuerto. No te olvides de cubrir los asientos del coche, vendrá con los dálmatas.
—Claro señor Antúnez, yo me ocupo —contradiciendo a sus amables palabras, las manos Hugo eran puños dentro de los bolsillos del pantalón.
Limpió la vajilla acumulada durante varios días. Recordó lo diferentes que eran los fregados cuando vivía con Mónica. Era una gran cocinera. A él siempre le tocaba lavar las cazuelas, sartenes, cuchillos, peladores, tijeras, cazos, batidora y otros utensilios que ella ensuciaba para hacer una simple crema de verduras. Al recordar a Mónica, su mente volvió a viajar hasta el señor Antúnez. Habían pasado dos años desde que este le relegase de su antiguo puesto. A Hugo le gustaba el trabajo al frente del departamento de marketing. Todo se torció cuando el sobrino del señor Antúnez entró en la empresa. Al chaval se le antojó el puesto de Hugo. Solo le quedó la opción de cambiarse al departamento comercial. Mónica sabía tan bien como Hugo que ese trabajo no era para él, tuvieron una larga charla en la cama. Ella se mostró tan comprensiva como siempre, le dijo que si no aceptaba aquel cambio, lo entendería. En el peor de los casos, las clases de pintura de Mónica podrían mantenerlos a flote durante varios meses, tal vez más si consiguiese vender algunos de sus cuadros.
—Solo me importa que seas feliz —proyectó su verde serenidad en la mirada de Hugo—. No tienes que hacer nada que no quieras.
Hugo se hinchó de coraje.
—Mañana hablaré con el jefe —dijo mientras le acariciaba el cuello—. Le diré que no quiero ese puesto.
A la mañana siguiente el valor se había esfumado. No habló con el jefe y cumplió sin rechistar con las nuevas tareas. A Mónica le contó una historia diferente; temía ver el desengaño en sus ojos. No pasó mucho tiempo hasta que la verdad emergió llenando todo con el hedor de la decepción.
—Eres una buena persona Hugo, pero para ser feliz necesitas ser tú mismo —fueron sus últimas palabras antes de irse.
Cuando terminó de fregar, se tumbó en el sofá y decidió poner la película de Billy Wilder que su mejor amigo le había recomendado. Se quedó dormido cuando el protagonista más lejos se encontraba de ejercer autoridad sobre las llaves de su propio piso. La posibilidad de que Jack Lemon consiguiera conquistar a Shirley Mclaine parecía una utopía. La película insistió en contarle el final de la historia mientras dormía.
Al día siguiente forró los asientos del coche con sábanas viejas. El mal humor le dominaba, no quería ir a por aquella señora al aeropuerto. Sintió una breve taquicardia al pensar en cómo podría decirle al jefe que no haría de chófer.
Finalmente llegó el momento.
—En media hora llegará mi suegra, deberías ponerte en marcha.
—Lo siento señor Antúnez, no iré a ninguna parte.
—¿Qué quieres decir?
—Que no voy a ir al aeropuerto.
—¿Sabes lo difícil que es encontrar trabajo en estos tiempos, muchacho?
—No podrá convencerme, he dicho que no voy a ir.
El sonido de varias bocinas lo trajo de vuelta al olor a anciana y a perro mojado.
—Pero bueno, ¿mi yerno me ha enviado al más tonto de la oficina? —A pesar de los ladridos, la voz de aquella señora se escuchó con ronca nitidez—. El semáforo lleva en verde un minuto. ¡Arranque si no quiere que Rasty y Bilma le meen el coche!
—Si señora, disculpe mi torpeza.
Hugo metió primera y observo por un instante su reflejo en el retrovisor lleno de babas de perro. Sintió lástima. Le pareció la mirada de una buena persona.
Andoni Abenójar
No veo yo eso de «buena persona» en este caso pero sí que hay muchas por el mundo.
Un beso.
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Precisamente esa es la idea, Magade. Lo de buena persona, siempre es relativo. Y hay gente que se siente buena persona, y parece que por ello espera que la vida le trate bien por decreto. En vez de luchar por cambiar las cosas que van mal, espera con resignación a recibir el premio por ser «Una buena persona». Y acaban con el retrovisor lleno de babas de perros que no son los suyos.
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Hugo somos todos. Qué bien te conectas con la gente. Sigue escribiendo Andoni, enhorabuena.
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Gracias Sergio. Seguiremos escribiendo.
Un abrazo.
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Muy buena Andoni, muy buena.
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Gracias por la visita Alba 😉
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Alguna vez fui Hugo, alguna vez yo si me atreví a decir firmemente: «No podrá convencerme, he dicho que no». Como era de esperarse, ahí termino un ciclo, pero para bien, ahora estoy bien mentalmente XD
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Importante aprender a decir no…
Gracias amigo.
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El resumen de la vida de muchos!
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Por desgracia…
Gracias por la visita Helena.
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Un gran reflejo de los que muchos viven cuando no usan sus fuerzas para anteponerse. Se dejan llevar por marea sin importar a donde les lleve. Ese marea que no toma en cuenta si eres buena persona o no.
Es excelente.
De los blogger que he conocido ultimamente, me parece que eres el de los mejores relatos.
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Bienvenido a La caricia del gato negro. Y gracias por tus palabras, John.
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Es una pena, la cobardía no nos lleva a ninguna parte.
Genial relato.
Un abrazo.
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Gracias María.
Otro abrazo para ti.
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«Eres una buena persona Hugo, pero para ser feliz necesitas ser tú mismo» esta frase me ha llegado muy profundo porque esto viviendo una situación parecida en la que no me dejo ser…
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Las crisis de identidad son duras, pero también son el primer paso de un cambio.
Gracias por la visita y comentar, Kéllyta.
Un abrazo.
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El capitalismo ha ridiculado el altruismo, lo ha ridiculizado porque no tiene sentido en una economía de mercado libre una postura que no busca el beneficio a ningún nivel económico. Por supuesto una perspectiva económica es sólo uyna de tantas y pese al relato de los neoliberales, el capitalismo ni ha sido ni es la única opción posible. Por otro lado que un hombre realice durante ocho horas seguidas tareas repetitivas o se pliegue a los mandatos de su jefe inserto en un sistema absolutamente jerarquizado no es propio de buenas personas, sino de esclavos. Tenemos un esclavo que se siente ridículo. Y ni siquiera sabemos nada de su calidad humana. Leo y veo a España y esa casposa cultura del mandato junto a esa cultura altruista que se achica en momentos de lo más extraños. La realidad es que somos mucho más humanos de lo que creemos, sea lo que sea eso.
Un abrazo! ^_^
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Gracias por la lectura y por tu aportación, Jorge. Me alegra que el relato te haya llevado a la reflexión.
Un abrazo.
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Una historia muy reflexiva, Andoni. Y estoy de acuerdo con algunos de los comentarios que te han escrito. Ser una buena persona no significa que tengas que dejar que te pisoteen. Y por ejemplo ya también he vivido algo similar a lo que describe una de las usuarias, Kéllyta, y esa frase que menciona también me ha vibrado, jeje, aunque creo que desde hace ya un tiempo estoy dando ese salto. Y al contrario que Hugo, he aprendido a decir NO.
Ni te imaginas lo mal utilizada que está la expresión «es buena persona». Hay mucha gente rancia y tóxica que la usa en lugar de decir lo que realmente desearía, un «pobre imbécil». Vamos, que relato cojonudo y reflexivo ; )
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Gracias caballero. Suscribo tus palabras. Aprender a decir NO es saber decirse SÍ a uno mismo.
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Acá les llaman «buena gente». En este caso, tu personaje se pasa de buena gente 😦
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Así es, y realmente es mala gente. Consigo mismo. Un abrazo.
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De todo lo que he leído, este es el relato que más me ha gustado. ¡Bravo!
Será por culpa de Billy Wilder. Me encantan esas elipsis.
Es un placer leerte.
Alberto Mreh (El zoco del escriba)
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